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Channel: Criticas de discos: música pop, rock, punk, indie...- dod Magazine

Crítica: King Gizzard & The Lizard Wizard - ice, Death, Planets, Lungs, Mushrooms and Lava

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King Gizzard & The Lizard Wizard - ice, Death, Planets, Lungs, Mushrooms and Lava

Redacción: Sergio Abreu

Revoloteando y flotando en el espacio, King Gizzard & The Lizard Wizard nos vuelven a deleitar por enésima vez con una tesis progresiva de medios tiempos psicodélicos titulada Ice, Death, Planets, Lungs, Mushrooms and Lava, su vigésimo primera aventura discográfica. Hay quien podría considerar que hay una naturaleza poco ortodoxa dentro de la formación australiana, sin embargo, yo digo que los King Gizzard & Lizard Wizard son unos seres mágicos capaces de cincelar música a diestro y siniestro sin perder un mínimo ápice de calidad musical. Este nuevo álbum reinterpreta la obra de los australianos en tiempo y espacio a base de el renovado espíritu de la improvisación libre que se haya dentro de los siete cortes que conforman el álbum.

Ice, Death, Planets, Lungs, Mushrooms and Lava es un disco que está influenciado de lleno por actos jazz y kraut de la década de los 70. Por momentos es oscuro y progresivo, y por momentos alegre y psicodélico. Aparentemente, la banda parece no tomarse demasiado en serio a sí misma y más bien lo que busca es divertirse con música hedonista que hace entrever resistencia a ponerse serio, lo cual es algo que ayuda a la banda a tratar nuevas ideas con la sinceridad y honestidad necesaria para hacer que este álbum pueda llegar a sonar tan redondo y calculado.

El disco ofrece siete piezas sólidas construidas alrededor de ritmos de batería insistentes y licks de guitarra difusos. La canción que se encarga de abrir el álbum se llama Mycelium, un corte que parece querer rendir tributo a la idea psicodélica de la costa oeste americana de los años 60. La prolificidad de los de Melbourne hace una llamada espacial al krautrock en Ice V convirtiéndose en un momento maravillosamente melódico y trippy para que poco después Magma abra la puerta a unos registros más progresivos y vibrantes mientras observamos como el asunto se amansa con Lava a través de un aura que induce al miedo con delirios cósmicos que logran crean algunos de los momentos más vívidos de toda la obra. El álbum continúa con una hipnotizante y cohesiva jam flautística de más de 13 minutos titulada Hell’s Itch para poco después proseguir con Iron Lung, que es una hábil interacción con instrumentos convencionales inusualmente exótica, pastoral, pesada y liviana al mismo tiempo. Gliese 710 es el corte que concluye la obra y una especie de ejercicio de meditación que se convierte en un torbellino de intensidad rítmica desinhibida.

El mago lagarto vuelve a mutar por enésima vez en Ice, Death, Planets, Lungs, Mushrooms and Lava, una obra con un toque genuinamente soberbio solo al alcance de King Gizzard que expone todo el potencial de la banda en una nueva introspección musical derivada de larga sesiones de improvisación musical. Es sorprendente la diversidad de estilos que la banda encuentra bajo el dogma de Stu Mackenzie. El juego de sonidos se vuelve más interesante si cabe y sus energías fortalecen la discografía de KGLW a través de una fuerza latente y sobrecogedora nutrida por una lírica que parece querer tratar con ambigüedad los mecanismos de la naturaleza y el movimiento constante del mundo.

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Crítica: The Big Moon - Here Is Everything

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The Big Moon - Here Is Everything

Desde su misma portada hasta el propio título, el tercer trabajo de The Big Moon representa una serie de pasos hacia adelante en la vida de sus artífices, tanto personal como artística, que definen con creces la progresión de éstas. Jules, Soph, Celia y Fern ya no son unas niñas, la vida les ha hecho madurar de golpe y en el artwork que introduce este Here Is Everything (Fiction Records, 2022) bien queda demostrado (aunque, ahí está, como easter egg, el detalle de ese Robot Emilio, icono por excelencia del imaginario millennial, como ancla en la nostalgia, resistiéndose a ceder del todo la titularidad de la juventud).

"I know I’m singing your anthem under my breath" canta Juliette Jackson, vocalista y líder de la banda, en los versos de ese acto de apertura que es 2 Lines, como muestra clara e inicial del tipo de discurso y tono que acompañarán el resto del LP. En el que probablemente sea su trabajo más pulido, Jackson y compañía consiguen mantener esas líneas de indie-rock puro con las que fueron dadas a conocer, depurándolas y redondeándolas con el fin de enseñarnos aristas nuevas de su personalidad y de sumergirnos en las curvas de este singular viaje en el que, tras la pandemia, su vida se convirtió. No es baladí, si también tenemos en cuenta que esto nos permite ver nuevas caras de la banda, perfectamente cohesionadas con respecto al tono estilístico de la misma, pero abierto a demostrarnos que su madurez personal también ha terminado viéndose reflejada en su calidad artística: la perfecta luminosidad expresada a través de los radiantes resortes de Daydreaming, la psicodelia meditabunda y melancólica en Sucker Punch o la efectividad de temas con fórmulas de toda la vida y que nunca fallan, como Trouble.

Aunque el leitmotiv del disco parezca obvio, Here Is Everything va más allá de ser una simple oda a la maternidad e incluso aquellos que seamos ajenos al universo babas y pañales lograremos encontrarle un nexo de emoción con el que sentirnos vinculados. Y es que, una vez más y tal y como ya vinieran haciendo en sus dos anteriores álbumes, el cuarteto londinense vuelve a dejar claras sus inclinaciones por elaborar radiantes y positivas melodías, haciéndonos sentir casi parte fundamental de su crecimiento y de su buen rollo interno. Basta mirar la magia sensitiva que se esconde detrás de temas como Wide Eyes para darnos cuenta de esa habilidad que tienen estas británicas para convertir historias del todo íntimas en piezas que perfectamente podrían ser coreadas en recintos atestados de gente.

Hay algo, sin embargo, en el discurso de Jackson y las demás que podemos perfectamente trasladar a nuestra realidad más cercana, y son ese puñado de reflexiones, marcadas por la incertidumbre de una pandemia y del futuro del planeta, que asolan las particulares preocupaciones de la cantante, en tanto en cuanto la misma acaba de traer un nuevo ser humano a este mundo, encontrando en su acto de cierre, Satellites, el cénit de sus más sentidas deliberaciones. Y, por supuesto, no nos privará tampoco de cerciorarnos de que no todo es de color de rosas, tal y como esos versos en High Low también logran indicarnos: "I’m too tired, I’m too tired". Una muestra honesta de lo que supone madurar en estos tiempos y de cómo abrazar los cambios, a pesar de no llegar de la forma en la que uno había idealizado los mismos.

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Crítica: Arctic Monkeys - The Car

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The Car - Arctic MonkeysLos chicos más deseados de Sheffield están de vuelta y no escatiman en ligar su innegable maduración a un groove sobrio y sexy, alejado de melodías rápidas e inmediatamente efectivas, pero sí remarcando que el paso del tiempo ha hecho que su lirismo alcance un notorio salto cualitativo. Turner y compañía se toman las cosas con calma, con elegancia y savoir fare, retocando lo que en su momento fue una declaración de principios, aún a medio hacer, con Tranquility Base Hotel & Casino (Domino Records, 2018) y dejando claro que no van a cometer ningún paso atrás en lo que respecta a la evolución de su sonido.

The Car (Domino Records, 2022) es, con diferencia, el intento más sólido por parte de Arctic Monkeys de convencer a sus detractores de que las nuevas direcciones que su música está tomando son tan dignas de ser consideradas y apreciadas como en su día lo fueron otros grandes hitos de su discografía. Ni las destrezas vocales de Alex Turner (convertido ya en un auténtico crooner de tomo y lomo), ni los punteos con destellos retros y funkies de Jamie Cook (Jet Skis on the Moat), ni los sensuales ritmos de batería de Matt Helders  (Body Paint) o las impecables líneas de bajo de Nick O'Malley (Perfect Sense) han dejado de ser merecedoras de ser aplaudidas a día de hoy; pero el elefante en la habitación continuará estando ahí y todos los presentes sabemos que hay una losa sobre sus hombros llamada pasado que seguirá siendo muy difícil de superar por parte de este icónico cuarteto británico.

En The Car ese aura cinemática (apuntalada hasta la belleza excelsa con esas constantes secciones de viento y cuerda), que siempre parecía estar veladamente rondando sobre los ojos de Turner en el pasado, consigue ahora expandirse al máximo, alcanzando momentos que realmente parecen sacados de una banda sonora bondiana al uso (no hay más que sucumbir en los embriagadores encantos de su pista homónima o abrir la lata del LP con ese There’d Better Be A Mirrorball para creer que estamos realmente sumergidos en una pieza audiovisual sacada del ingenio de Scorsese o algún grande del celuloide similar), subrayando con ello que, a pesar de esa lluvia de críticas que parece que dividirá a los seguidores de la banda hasta el fin, sus componentes demuestran estar pasándoselo en grande y ser fieles a lo que realmente quieren hacer. ¿Una oportunista utilización de una producción millonariamente cuidada para disipar el hecho de que sus mejores ideas ya no brotan de una inspiración más próxima a su público pretérito? Pues tampoco lo negamos, pero algo que nadie puede quitarle a los Monkeys es el hecho de haber firmado un álbum del todo precioso, en el que los arreglos de cuerda y la producción homenajean a lo grande el sabor de los años 70s (I Ain’t Quite Where I Think I Am) y ensalzan ese romanticismo clásico y sofisticado que crece entre bocanadas de humo y repiqueteos de hielo en el interior de un vaso teñido de ámbar amargo (Big Ideas). Turner se espolea con chulerías y garbo las anchas solapas de su traje sobre la decadente tarima de ese lúgubre fumadero imaginario que desdibuja con sus letras, logrando incluso emocionarnos como nunca (Mr. Schwartz) o romper el clima con una suerte de psicodelia negra y enigmática insólita (Sculptures of Anything Goes).

Es un hecho que Arctic Monkeys no parecen dispuestos a retroceder ni un ápice en su afán por remarcar su transformación y su progreso (a excepción de puntuales licencias, como ese Hello You, más liviano y ligeramente próximo a una parte un tanto más rítmica y accesible de la banda), y es ahora, con un séptimo álbum de estudio repleto de joyas totales y un prisma evocativo casi único, que la banda nos recuerda –a nuestro pesar- que ya no estamos en 2006 y debemos mirar hacia adelante, aunque ello exija armarse de paciencia y encontrar el mood idóneo para abordar y comprar del todo sus nuevos diez cortes.

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Crítica: Skullcrusher - Quiet The Room

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Skullcrusher - Quiet The Room

Las expectativas con respecto a su particular salto al larga duración por vez primera estaban bien altas, pues ya se había encargado la neoyorquina Helen Ballentine de despertar en nosotros un hype mayúsculo gracias a sus previos pasitos en la industria a través de los primeros trabajos firmados como Skullcrusher. Pero lo que esta joven artista ha logrado con Quiet The Room (Secretly Canadian, 2022) supera con creces todo lo que habríamos podido pronosticar de cualquier debut que se precie. Ballentine consigue elevar a un nivel superior ese espíritu sobrecogedor e introspectivo que anteriormente había definido su hacer, entregándonos un LP redondo, paisajista, oscuro y bello a partes iguales, y capaz de trasladarnos a la esquina más honda y machacada de su psique.

Cuando nos adentramos en los catorce pasajes de Quiet The Room, de forma inmediata nos mimetizamos con el mood ensimismado y meditabundo que éste busca lograr, sintiendo que cada uno de sus cortes supone un descenso, cada vez más profundo y significativo, a las vivencias más personales de su artífice. Desde su casi homónimo acto de apertura, They Quiet The Room, Ballantine nos infiere sus notorias intenciones por compartir con nosotros sentimientos de melancolía, insatisfacción vital y reflexión post-trauma a través de algo que va mucho más allá del simple folk y que sentencia con una habilidad lírica, a caballo entre la metáfora más elevada y el exabrupto más áspero ("Where do you want to be? Someplace you cannot see"). Poco a poco, la neoyorquina, en comunión con el productor Noah Weinman, logra desmenuzar una suerte de folk ambiental tétrico y conmovedor que, tan pronto nos remitirá a un indie-pop más amable y generacionalmente más cercano, como a un psych-folk/chamber folk setentero menos tangible y más ilusorio. El elegante manejo de las cuerdas, junto con esas reverberaciones que logran trasladar a otra categoría emocional su carga sentimental, nos llevan a toparnos con piezas que son, literalmente, las mejores que Ballentine haya escrito hasta la fecha, como la aplaudida Whatever Fits Together, una sentida canción en la que su autora consigue traer de vuelta nombres tan variopintos y significativos como Hope Sandoval o Enya, y nos embriaga de una forma única, nuevamente poniendo de manifiesto esa incomodidad tan personal que subyace detrás de la disconformidad imperativa que a todo hijo de vecino puede haberle afectado en alguna ocasión ("Never knew what I wanted. What Do I want? Do I Want?").

El crucial diálogo, absorto y lúgubre, que la cara principal de Skullcrusher mantiene con sus oyentes también lanza destacados halos de luz, como el tramo acústico para Outside, Playing que desemboca directamente en It's Like A Secret, un intento, más que superado, por acercarse a un folk más arquetípico que perfectamente nos recordará a nombres clave del género, como Nick Drake o Vashti Bunyan. No obstante, Ballentine busca en todo momento y con tesón demostrarnos a través de un álbum intenso y solemne lo duro que puede llegar a ser toparnos con una perspectiva nueva -o no tan explorada- sobre nuestros propios recuerdos de infancia (Could It Be The Way I Look At Everything?), exponiendo nuevos puntos de vista sobre circunstancias que revelan un periodo de la vida menos inocente de lo que a priori el imaginario colectivo acostumbra a creer ("By the stairway, I'm listening to their voices echoing. For a moment, they could be laughing", canta en Sticker).

La brevedad de sus letras, en ocasiones limitadas a escasos versos, acredita la rapidez y sencillez con la que Ballentine es capaz de transmitir lo pretendido, de forma concisa y directa, y a través de un relato crudo en el que no le duele en prendas abrirse en canal ante nosotros. Su crudeza, abarcando temas tan delicados como la soledad o una infancia rota, le sirve a la artista de motor para asentar su personalidad creativa y definir progresivamente un sonido que cada vez tiene más identidad propia.

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Crítica: Dry Cleaning - Stumpwork

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Dry Cleaning - Stumpwork

A priori podríamos creer erróneamente que un álbum cuya portada consiste en una espumosa pastilla de jabón reposada sobre un lavabo con el título del mismo escrito con pelos sobre ésta no gozaría de demasiada sensibilidad o profundidad. Pero eso es porque aún no somos del todo conscientes de a qué lugares de nuestra mente pueden trasladarnos las lacónicas y extraordinarias habilidades descriptivas y observacionales de Florence Shaw. Después de haber abierto la veda con sus ensimismadas peroratas en clave de spoken-word para el que fuera uno de los mejores discos del pasado año, New Long Leg (4AD, 2021), el conjunto británico Dry Cleaning buscan ahora a través de Stumpwork (4AD, 2022) extender aún más esa vertiente artsy con la que impregnan su personalísimo post-punk, renovando sus votos en la escena underground londinense y abriendo nuevas vedas dentro de su producción.

Shaw combina la rugosa y disruptiva instrumentación de sus compañeros de banda con una anti-poesía delirante, a caballo entre la ironía y lo enigmático, donde consigue lograr que apreciemos belleza y encanto en detalles del todo mundanos o triviales. Una curiosidad por lo cotidiano que, desde un prisma del todo naíf, logrará hacernos reír (“have you seen Gary? With his tinfoil ball, he used to love to kick it with his stumpy legs, shoop-shoop-shoop-shoop” nos narra en Gary Ashby, la tierna canción sobre esa tortuga familiar tránsfuga) o directamente congelarnos la sonrisa con versos del todo inquietantes (“peaceful fish meat lying dead and flat in a chiller”, canta en Kwenchy Kups).

De nuevo a las órdenes del legendario John Parish, tal y como hicieran para su debut, vemos como el cuarteto del sur de Londres consigue progresivamente extender su sonido de una monótona y gris propuesta a una colección de canciones ricas en matices y detalles, hasta ahora poco explorados, desde vientos oscuros y noctámbulos para Anna Calls From The Arctic hasta pasajes más melódicos y radiantes, como los que proponen para Kwenchy Kups. Pero por fortuna, los mismos elementos que hicieron de New Long Leg un trabajo tan soberbio continúan estando presentes en la estructura principal de Stumpwork, ya bien sea a través de esas hondas líneas de bajo, cortesía de Lewis Maynard (Conservative Hell), los ácidos riffs de guitarra de Tom Dowse, que pasan de lo más sedante a lo más estridente (Stumpwork), o la percusión galopante y rota de Nick Buxton (Hot Penny), sumados a esos diálogos casi murmurantes y andróginos de Shaw (Don’t Press Me). Los estándares del post-punk más clásico (Icebergs) son llevados a su propio terreno, uno marcado por una cadencia taciturna y machacada que establece líneas de simbolismo surrealista con el fin de trasladarnos a ese universo sarcástico y mordaz bajo el cual subyacen reflexiones íntimas y expuestas (“we found your lingerie after you were gone and it made you seem so human and it made it seem like you had hopes and dreams and plans. Sometimes it’s hard to find a silver lining, eh?”).

En Stumpwork hay unas dosis de humor, ligereza y hasta sensualidad casi insólitas que hacen que el relato cale con más inmediatez y accesibilidad que su antecesor, poniendo de manifiesto que dentro de esa aura displicente o apática también existe gusto por lo audaz y por la expresión más sentida.

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Crítica: Lola Marsh - Shot Shot Cherry

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Lola Marsh - Shot Shot Cherry

Aunque el verano ya nos quede algo lejano, los hay que se resisten a dar por caducas esas vibraciones despreocupadas, ligeras y románticas de la temporada estival y persisten en entregarnos piezas que nos trasladan de forma evocativa y directa a esos atardeceres infinitos en los que cualquier cosa es posible. Así suena el imaginario de Lola Marsh en su Shot Shot Cherry (Anova Music, 2022), el tercer álbum que la dupla israelí compuesta por la cantante Yael Shoshanna Cohen y el multi-instrumentista Gil Landau nos entrega, tras su célebre salto al estrellato con Someday Tomorrow Maybe (Anova Music, 2020).

Explorando terrenos por ahora no tan transitados en su repertorio -y fruto de una composición originada en las entrañas de un intenso confinamiento- este Shot Shot Cherry nos muestra a la banda de Tel Aviv decidida a abrir su espectro creativo de forma única, revelando que dentro de ese relato sentimental y dulce tan propio de la dupla también hay sitio para briznas de desgarbado pop electrónico de club, tal y como identificamos en ese pegadizo y homónimo corte de inicio, que perfectamente podría llevar la firma de los primeros Ladytron. Las ganas de baile y desinhibición por parte de Cohen y Landau como lugar común dentro del LP serán algo tímidamente recurrente que volveremos a encontrar en esa sensual Run Run Baby, donde entre destellos de electroclash y cuero negro la banda nos hablará del amor y la pasión entre mujeres maduras y hombres jóvenes, citando sin pelos en la lengua a Madonna o Demi Moore.

Pero si algo marca y define con acierto el hacer de Lola Marsh es su capacidad para transmitir y crear escenarios de pura melancolía e introspección, y, por supuesto, este Shot Shot Cherry no podía faltar a esa tradición. En palabras de los propios miembros de la banda, este LP ha capturado los mayores versos de tristeza y conmoción emocional que jamás hayan volcado en uno de sus trabajos, habiendo servido su composición como telón de fondo de una época aciaga y desesperante etapa en la que la incertidumbre generalizada se juntó con la pérdida de un familiar muy cercano por parte de Landau. Es así como a raíz de ello podemos pasar de esos fogonazos puramente bailables que antes citábamos a bombazos de reflexión y aflicción como Because Of You o This Is Not The End, requiriendo de una mínima producción acústica para conmovernos y tocarnos la fibra más sensible. Unas dosis edulcoradas de pop tierno y amable que coquetean con la esfera más comercial, encontrando en If You Wanna Be My Lover la máxima expresión de ello. Sin embargo, será en esos momentos en los que Cohen y Landau saquen los pies del tiesto y arriesguen de verdad cuando encontremos un tono con el que realmente simpatizar y sentirnos parte de la dinámica de Shot Shot Cherry, siendo cortes como Love Me On The Phone (con sus deliciosos punteos con eco, al más puro estilo dream-pop) o Going Back (con arreglos orquestales y aires de grandeza a lo Lana del Rey) piezas que marcan una auténtica evolución en el sonido de la banda.

Ya sea bien echando mano de ritmos más cálidos y usuales o testando nuevas fórmulas con las que dar salida a sus anhelos más primarios, Lola Marsh ha entregado con Shot Shot Cherry su mejor trabajo hasta la fecha y una síntesis perfecta de esa ruleta de estados de ánimo que supuso para la población sobrevivir una pandemia global.

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Crítica: Babe Rainbow - The Organic band

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Babe Rainbow - The Organic band

Redacción: Sergio Abreu

Babe Rainbow nos ofrece una colección de cortes alegres y despreocupados en The Organic Band, un álbum de verano que se centra en las vibraciones útiles que emanan de una música real que combina y sintetiza hilos de alegría alucinógena con instrumentaciones esponjosas y un propósito pacificador lo suficientemente agradable para poder ser disfrutado en más de una ocasión. Tras un conjunto de melodías edificantes y a través de los principios de un mantra innegablemente optimista, el álbum se puebla de arreglos percusivos intermitentes y una alegría soul/funk que resplandece los límites de un espíritu vintage sesentero saltando de una nota a otra a través de movimientos musicales tintineantes llenos de color.

Los de Byron Bay irradian trascendencias místicas y experiencias naturísticas en esta nueva aventura orgánica, que es una obra que rezuma las sensaciones que se tienen en una fiesta con tus mejores amigos en la playa en una noche de verano mientras va tejiendo un rico y adecuado tapiz de sentimientos que difiere de los placeres terrenales y de los desvíos interestelares que se hayan dentro de la sociedad contemporánea.

En la apertura del álbum Inner Space es la encargada de establecer el patrón de funky psicodélico que dotará estilísticamente a los temas The Organic Band, mientras tanto Smash The Machine ofrece una misiva de pop algo más reflexiva con un sonido divertido y un toque distintivo plagado de momentos acústicos, baterías arenosas y líneas de bajo saltarinas. All The Power se impone como un buen ejercicio de baile pscicodélico y Naxos ilumina el alma con una instrumentación jazz y un conjunto de ritmos atractivos. Luego pasamos a Mediterranean que se exhibe con un sonido psych pop colorido y amigable. En Flashback nos acurrucamos al son de vibráfonos dispersos y un aura de ensueño y en Things Are Different Now ascendemos a una nueva envolvente sonora que nos abraza con un sonido surf pop y un conjunto de armonías efervescentes.

Babe Rainbow levitan por el ocaso con The Organic Band, que al final, es el resultado de los devenires musicales de un grupo orgánico de muchachos risueños de la costa este australiana a los que les gusta gozar de la templanza de la psicodelia relajada. Por momentos, los australianos nos muestran un álbum particularmente bonito y delicado y por momentos nos obsequian con pequeñas fiestas coloridas y vibrantes, siendo capaces de hacer ambas cosas con la ternura necesaria para hacer que las dos suenen bien en conjunto. Puede que el álbum no sea perfecto, pero en su mejor momento, logra sobresalir de su marca predeterminada con estacazos de un estilo resplandeciente y psicodélico. Un viaje rápido y una nueva vuelta de tuerca a una vieja experiencia que merece la pena seguir experimentando.

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Crítica: La Femme - Teatro Lúcido

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La Femme - Teatro Lúcido (2022)

Como ya vienen demostrando desde hace una década, este peculiar conjunto galo liderado por Sacha Got y Marlon Magnée no se conforma con sonidos arquetípicos ni etiquetas fáciles. Y es que, si algo nos ha enseñado precisamente la electrónica francesa es que es un género sin trabas que puede adquirir tintes del todo irrestrictos. Sin embargo, lo que La Femme ha pergeñado para su cuarto álbum de estudio, Teatro Lúcido (Disque Pointu, 2022), supera todos los destellos de creatividad, fusión y eclecticismo que la propia banda francesa haya explorado hasta la fecha.

Te retamos a meter en una misma batidora bases de pasodoble, vientos de Semana Santa, ritmos afrolatinos, y rémoras con sabor a la Movida, y quizás, solo quizás, podrás aproximarte a la loquísima idea que Got y Magnée nos proponen en este delicioso revoltijo de homenajes e influencias. Teatro Lúcido, ante todo, parte de la firme idea de ser concebido como una carta de amor sin remite dedicada al poder de la música, sin prejuicio ni distorsión y encontrando en la diversidad un punto de unión que mantiene vinculadas las múltiples caras del mismo. A pesar de lo descabellada que pueda sonar esta propuesta sobre el papel, en Teatro Lúcido quedan patentes las dotes de La Femme por crear un ambiente festivo y radiante que contagia buen rollo al instante, generando un disco sólido y coherente aun cuando su leitmotiv sea lo inesperado y la ruptura total de moldes convencionalmente atribuidos a la banda francesa.

Entrar en Teatro Lúcido es poner un pie en plena verbena, una perpetua celebración que nunca para y a la que todos estamos invitados. Seremos recibidos con los brazos abiertos en cualquiera de sus cortes, sintiéndonos de inmediato una parte más de esa camaradería pura y jovial que derrochan sus trece floridas pistas. El repiqueteo de las castañuelas seguido de un ritmo percutivo darán la vez a una sección de trompetas triunfantes y anunciadoras que nos dan la bienvenida, a modo de chupinazo, a la emocionantísima Fugue Italianne, una agitada primera toma de contacto que hará las veces de warm-up que nos sitúe y nos haga comprar el contexto. Poco a poco la fiesta rodará e iremos entrando en calor entre reminiscencias de samba (Cha-Cha), cumbia (Sácatela) y flamenco (Y Tú Te Vas), hasta alcanzar una apoteósica pieza homónima en la que un reggaetón deconstruido y casi mutante nos sacudirá hasta perder el norte. La casa recomienda que no se queden hasta muy tarde, pues los pasacalles darán el toque de diana bien temprano entre turbas de pasodoble y fanfarria (Maialen), reanudando el jolgorio y recordándonos que la fiesta continúa. Voces quedas y cálidas a ritmo de ranchera sentida (El Tío Del Padul, El Conde-Duque) para arrancar el día y poco a poco retomar el tono, algo que se nos exigirá si queremos darlo todo en esa particular regresión ochentera que se nos propone en Resaca, un digno tributo a las miradas agitadas y transgresoras del synthpop español primigenio.

Con todo, Teatro Lúcido demuestra que los miembros de La Femme son buenos conocedores de nuestra tierra y de la cultura hispana, no solo por ser éste su primer trabajo puramente en lengua castellana ni por tomar su título del célebre teatro homónimo, localizado en la Ciudad de México y en el que la banda se ha alojado tantas veces durante sus viajes; sino por esa forma, tan única y respetuosa, con la que han logrado unir cada uno de sus correspondientes actos, permitiéndonos vivir una verdadera experiencia inmersiva que nos ponga el cuerpito alegre y nos retrotraiga a algunos de los momentos más resplandecientes del año cuando más falta nos haga.

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Crítica: Phoenix - Alpha Zulu

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Phoenix - Alpha Zulu

Grabar un álbum dentro del Louvre debería ser ya, por ende, un reclamo absoluto para ganar nuestras atenciones, pero si además la banda que se encarga de hacerlo es el cuarteto por excelencia de indie-pop galo Phoenix, entonces apaga y vámonos. Los de Thomas Mars sabían que su esperado regreso tras la ya lejana entrega de Ti Amo en 2017 debía ser por todo lo alto, y no solo porque su ausencia haya sido de las más notorias en el circuito -habiendo servido la misma para que otras bandas cogieran el testigo de esa frescura colorista y buen rollera que caracteriza su sonido-, sino porque, conscientes de que el pop independiente no juega su mejor momento en la actualidad, requerían de un esfuerzo añadido que supusiera sacar los cañones en favor del género.

Es por ello que, por vez primera, los de Versalles han incorporado una colaboración conjunta en su discografía, y no hablamos de un nombre cualquiera, sino del de Ezra Koenig, líder y vocalista de los célebres Vampire Weekend, quien toma partido en la excelente Tonight, éxito instantáneo gracias al talento que confluye en sus líneas a través de las que exploran el amor en la distancia y segundo corte del álbum que acontece tras la magnífica apertura que protagoniza la pegadiza y homónima Alpha Zulu. Pero sin duda, lo que no tardará en revelarnos el séptimo disco de los franceses es que, más allá de ese par de sencillos geniales que ya conocíamos, encontraremos un alarde de electrónica exquisita (manifiestamente inspirada en el imaginario del genial y ya desaparecido Phillipe Zdar, quien fuera habitual productor de la banda). Gamberro y juguetón, el sonido de Phoenix queda sellado en un abrazo único gracias a la reconocible e incomparable tonalidad vocal de Mars, quien nos abrirá las puertas a esa habilidad única para crear rompepistas sin perder la elegancia (All Eyes On Me) o hacernos navegar en un mar de nostalgia amable e inocua con poco más que una caja de ritmos y un sinte (The Only One).

Destacando por encima de todo la habilidad que Mars y compañía tienen para generar rock y actitud mediante lo sintético (After Midnight), manteniendo la huella de su sofisticación (Identical) y coqueteando con una robótica afrancesada que perfectamente nos recordará a un híbrido entre Air y The Strokes (Artefact), es de justicia mencionar que la banda no arriesga demasiado y juega un perfil sonoro que rozará la uniformidad, sacrificando la sorpresa en favor de la entrega de un trabajo que sí ejerza esa virtud y labor de tratarse de un disco escapista y bailongo que nos ponga de buen humor y nos haga deshacernos de nuestras preocupaciones a golpe de contoneo y ritmo.

Hay emoción ("I’m losing my friend, I’m losing my grip. Praying all night to radio waves" cantan en Identical, el corte de cierre), hay agitación (con esa All Eyes On Me y Alpha Zulu en la que muestran ritmos muy diversos y ajenos a lo que nos tenían acostumbrados) y hay romanticismo amable (The Only One); un surtido de sensaciones que no nos descubrirá la pólvora pero que sí nos hará pasar un buen rato gracias a contener algunas de las piezas más brillantes que el conjunto galo ha ofrecido en los últimos años.

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Crítica: Weyes Blood - And in the Darkness, Hearts Aglow

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Weyes Blood - And in the Darkness, Hearts Aglow

Poner un pie en un disco de Weyes Blood es el equivalente sonoro a quedarse epatado por la belleza sísmica de un monumento, la vasta épica de un paisaje, o el deslumbrante candor de una estrella fugaz en el cielo. Un estendalazo de manual del que cuesta recuperarse gracias a ese brillo natural que emana de su lírica barroca y su formidable sentido del optimismo, aun cuando el mundo se encuentra envuelto en un apocalipsis perpetuo del que cuesta rescatar la más mínima brizna de esperanza. Su quinto álbum de estudio no puede entenderse de manera aislada y sin recordar esa joya que fue el célebre y respetable Titanic Rising (Sub Pop Records, 2019), pues su nueva entrega no es más que una segunda parte del mismo –la segunda de tres, según informó la artista californiana- con la que busca ahora dar continuidad a ese retrato con el que logró encontrar la belleza en las más profundas fosas de su dolor personal.

Ni en mil vidas Natalie Mering podría haber imaginado que ese submundo de introspección que ésta dibujó a través de su último trabajo se vería sobredimensionado un año después a causa de una pandemia, y que de algún modo esta nueva realidad ensancharía el grosor de esas heridas supurantes previamente expuestas. No obstante y gracias a ese valor tan personalista e íntimo, a este proyecto parece encajarle bien todo cuanto suceda a su alrededor, pues la mirada semi-espiritual de su artífice se toma la responsabilidad con éxito de sanar nuestra alma de forma única, generando mantras que directamente nos transportan a evocadores meandros en plena naturaleza o rincones de paz absoluta en los que la voz de Mering crece de manera celestial entre el resplandor espeso de cualquier mal adverso (God Turn Me Into A Flower). Mientras que Titanic Rising nos hablaba de escenarios de hipotético desastre, And in the Darkness, Hearts Aglow (Sub Pop Records, 2022) realmente fue concebido en un clima de desastre y ello se ve enteramente reflejado en las diatribas oscuras que Mering teje en varios de sus cortes: “They say the worst is done, but I think the worst has yet to come” nos canta en The Worst Is Done, mientras también lanza guiños de complicidad a una generación maldita en Children Of The Empire con ese “We don’t have time to be afraid anymore”.

La artista californiana evidencia su excelente sincronía con el hoy, siendo esos mensajes de empatía con el aislamiento, la pérdida o el dolor un puro signo de los tiempos. No obstante, y aunque el álbum haya sido escrito durante los períodos más salvajes del confinamiento en el interior de su apartamento de Los Ángeles con la única compañía de su perro Luigi, And In The Darkness, Hearts Aglow también nos revela un incesante deseo de pertenencia y un destello de luz propia entre la negrura más espesa, pues hasta un corazón roto nos revela el valor de haber amado en primera instancia tal y como trata de convencernos en la deslumbrante Hearts Aglow: “The whole world is crumbling, oh baby, let’s dance in the sand. 'Cause I’ve been waiting for my life to begin for someone to light up my heart again”.

La métrica estilística empleada por la artista nos retrotraerá con excelso gusto a esa suerte de folk y pop de cámara sofisticado y emotivo de nombres como Joni Mitchell o The Carpenters (Grapevine), encontrando además en el fino hacer del productor Jonathan Rado (Whitney, The Lemon Twigs, The Killers) las herramientas esenciales para que la coherencia entre su anterior trabajo y éste se muestre intacta y nos entregue con ello uno de esos clásicos modernos que automáticamente enamoran a la primera escucha.

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Crítica: La URSS - +

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La URSS - +

Redacción: Sergio Abreu

La alienación humana y el control sobre las masas se condensan en +, un nuevo inciso discográfico del cuarteto andaluz La URSS en el que también ahondan sobre diversos temas como la religión, el capitalismo o la fe. Los granadinos regresan con unos recursos excelentemente encontrados y unas tónicas contundentes que fluyen a través de unas letras que quedan perfectamente envueltas tras una pared sonora de post-punk estilo Echo & the Bunnymen. La banda lleva consigo una sección rítmica que gana en cómodos registros, además de una sensación intermitente de espacialidad que hace que el mensaje lírico llegue con más claridad.

La dinámica del álbum es firme en su propósito y la música goza de una naturaleza oscura y sombría mostrando pocos complejos a la hora de cincelar su paso melódico hacia la rotundidad despótica que se escupe en canciones como el track de apertura Euroorden, que fluye directamente hacia una Euforia y que continúa con el desarrollo a medida que las letras se vuelven más específicas y mientras difumina el camino a base de melancolía post-punk. El tercer corte del disco se titula Meta y es aquí es donde el álbum se vuelve más oscuro y tenebroso mientras se va plagando de una sensación de derrumbe constante.

Poco después, pasamos a Armonía, que gana enteros con cada escucha y desprende bruma por todos sus vértices. Mas Allá Del Futuro logra establecerse como un himno conceptual hecho para ser coreado en grandes masas, mientras que En Verdad se convierte en una obra punk con un sonido mucho más incisivo y tenaz que levita sobre una prosa inmaculada. En A Distancia la banda suena más cercana a Siouxsie and The Banshees o los primeros U2 con unas guitarras darkosas, un ritmo repetitivo y una banda que destila confianza por todos sus poros. Por otro lado, Post se expone como un certero broche final lleno altas revoluciones, desazón y una temática incisiva que casa de perlas con la rotundidad omnipresente de la obra de los andaluces.

La URSS tienen tantas cosas qué decir sobre el mundo oscuro que les rodea, que parece que todavía necesitamos más que una dosis de la band. Ellos no tienen nada que perder y nosotros tenemos demasiado que ganar. + es un álbum con letras atrevidas y música que levita sobre la atmósfera de un mundo gris y, en general, todas sus canciones gozan de un tipo de patrón que los acerca al post-punk ochentero. No obstante, casi siempre hay un corte de ritmo por la mitad lo cual hace que sea una especie de ejercicio de reflexión musical que podemos usar para retomar el empuje inicial. + es una clara búsqueda de sonidos, y una manera de convertir su rabia antagónica en mucho más que una queja ruidosa y baldía. Una forma de arte musical.

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Crítica: Los Punsetes – AFDTRQHOT

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Los Punsetes – AFDTRQHOT
Ni los años ni la desidia propia del paso del tiempo han logrado que el discurso irreverente y ácido de Los Punsetes se aplaque ni un ápice, encontrando, precisamente en las miserias del hoy, más energía inspiradora que nunca para dar alas a una nueva colección de dardos envenenados y puyas sonoras que se encuadran con excelso gusto en su séptimo álbum de estudio y primer trabajo desde que la formación fichara por Sonido Muchacho. Parece que la renovación de aires le ha venido bien al quinteto con nombre de divulgador científico, pues en AFDTRQHOT (Sonido Muchacho, 2022) sentimos una incuestionable y del todo aplaudida regresión a su sonido más primigenio, sacando a pasear guitarrazos como en los viejos tiempos y luciendo entre sus cortes una rugosidad controlada que evidencia ese brillo naíf que persiste a pesar de los años y un toque lo-fi de aquel que aún se acuerda de sus inicios.

A cuchillo y sin contemplaciones, la banda arranca con una impagable España Corazones que, directamente, entra en el ranking de las mejores canciones que Los Punsetes hayan firmado jamás. Una mirada analista pero también melancólica al costumbrismo que nos rodea y donde, como es ya habitual, sus letras dicen mucho con muy poco. Si hablamos de narrativa, precisamente estamos ante una de las bandas con más sello propio de nuestro panorama, así que no nos sorprende toparnos a estas alturas con piezas que ahondan con tanta finura en los males que asolan nuestra sociedad (“todos los cerdos deben morir, está muy caro el alquiler en Madrid” cantan en esa suerte de homenaje al All Pigs Must Die de Death In June que es Cerdos) o que desnudan con precisión la podredumbre que la vida adulta desarrolla en nosotros (“cada herida que no me curo acabará conmigo en un futuro” versa la brillante y punzante a partes iguales Hola, Destrucción).

A pesar de manejar fórmulas que son ya reconocibles por todos los presentes, Los Punsetes también nos ofrecen un arsenal de contrastes que enriquecen el álbum y lo convierten en un trabajo más dinámico de lo que a priori pueda parecer. Primero, será en esa inmediatez que parece respirar el disco donde encontramos líneas que directamente nos trasladan a un punk más rudimentario y arquetípico (Cosas Que No Me Gustan) con pistas que apenas superan los tres minutos y que van al cuello; sin embargo, la baraja se rompe con una progresiva y dilatada Ocultismo que se extiende hasta los 9 minutos entre diferentes pasajes que van desde el rock más pesado hasta escenas más lisérgicas. Otro de los rasgos enfrentados en AFDTRQHOT, y que es marca punsete desde los mismos orígenes de la banda, es esa habilidad de los mismos para darnos una hostia con la mano abierta (No Puedes Correr) y al mismo tiempo emocionarnos con un relato ambiguo y melancólico que evoluciona entre líneas de rock árido de la mano de la certeza tonal de Ariadna (Un Condenado A Muerte). Un valor en alza que deciden explotar hasta el fin del metraje del disco con esa sobrecogedora Fomo (“no esperar grandes cosas, vivir tranquilamente en algún lugar de la costa”) en la, echando mano de un concepto relativamente moderno, nos convencen desde la pasividad por bajar el ritmo a nuestras expectativas. Si la linde que designa el futuro de este quinteto en esta nueva etapa post-greatest hits es ésta, auguramos que habrá punsetes para rato.

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Crítica: Heather - Old Cry, I Walk

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Heather - Old Cry, I Walk (2022)

A pesar de estar “tancant la paradeta” y empezando a hacer esos odiosos balances de año que a todos nos comienzan a venir a la mente por estas fechas, parece que no estaba todo el pescado vendido todavía y, para nuestra grata sorpresa, un nuevo LP de corte nacional se ha abierto paso a codazos, con firmeza y aplomo, postulándose como uno de los mejores álbumes tapados de lo que va de año. No exageramos si decimos lo fácil que es caer rendidos ante Old Cry, I Walk (La Castanya, 2022), el segundo trabajo del sexteto catalán Heather y una bomba de neutrones para aquellos que sepan apreciar el sabor de una buena bocanada de sonido 90s y distorsión romántica.

Si bien la formación ha tejido las hebras de su mayúsculo potencial en la Ciudad Condal, es innegable que la marca de Heather nos evoca constantemente al mundo anglosajón, ya no solo por el hechizo que derrocha su líder y voz principal, Heather Cameron (natural de Glasgow), sino por las continuas y poco disimuladas referencias que la banda lanza a las señas identitarias que treinta años atrás hicieron grandes a iconos como PJ Harvey, Rachel Goswell o Elizabeth Fraser. Luego, eso sí, de haberse hecho fuertes en la escena sumergida de su entorno más próximo, toman ahora en su segunda entrega en formato largo los cauces de su rumbo, insuflándole a su sello base un toque propio con el que, sin atisbo de dudas, merecen recibir el reconocimiento que se les debe.

Aun siendo una tendencia a la alza, meter la cabeza en la marmita de lo retro y dar un par de sorbos de dream pop y de shoegaze no es suficiente. Hace falta carisma para lograr desbancarse del resto de proyectos de similar corte y de sus respectivas influencias. Pero si algo le sobra precisamente a Heather en esta particular rat race en la que se ha convertido el rock underground últimamente es personalidad. Una responsabilidad que recae principalmente sobre los hombros de la dulce y vaporosa voz de la ya mencionada Heather Cameron, quien embelesa a la primera con su manera única de crear canciones de pop perfectas, impregnadas de nervio y emotividad a partes iguales (Revere It). En su fórmula caben punteos amables y luminosos al puro estilo britpop (Watching Lovers), capítulos de spoken-word sombrío y penetrante a los cuales Florence Shaw le daría su particular visto bueno (Avenge), intros e interludios etéreos y mesmerizantes que intensifican el color gris y brumoso del disco (I, II), y pasajes en los que directamente su vocalista se deja llevar por sus raíces escocesas y nos planta un twee pop de manual, a lo The Pastels, que es para quitarse el sombrero (Fallen Empire).

Hay una falta de uniformidad en el disco que lejos de rechinar, nos permite vislumbrar la habilidad del sexteto para encarar los diversos charcos en los que ellos mismos deciden meterse, ya sea bien a tempo lento y depositando en el potencial vocal todo el peso de la que podría ser su particular Teardrop (The Walker And The Wall) o llevando sus reverberaciones a un paisaje más árido que parece sacado directamente del On Fire de Galaxie 500 (Perfect Life). Llegados al final del LP nos piden que recordemos sus nombres (Mark Our Names) y ciertamente, después de haber disfrutado de principio a fin con sus trece nuevas canciones, mucho dudamos que podamos olvidarnos de ellos.

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Crítica: Casero - Me Doy Cuenta

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Casero - Me Doy Cuenta

Hay algo en la forma con la que Gabriela Casero nos acerca a su visión del amor que nos rompe un poco por dentro. Su oratoria, lacónica y emotiva pero punzantemente honesta, ya nos permitió ver en su respectivo debut, Todo Mal (Primavera Labels, 2020) cómo la artista es ducha en expresar lo que lleva dentro, sin cortapisas pero denotando la timidez fría de quien ha sufrido más de un castañazo sentimental a lo largo de su vida. La madrileña, ex-componente de MOW, afianza ahora su proyecto en solitario con un segundo trabajo titulado Me Doy Cuenta (Primavera Labels, 2022), en el que como si ya fuera marca de la casa, vuelve a abrirse en canal y a describirnos sentidas escenas de pasión con amargo desenlace.

Aunque la temática orbite en una dirección muy pareja a la que inspiró sus primeros temas, la evolución sonora que Me Doy Cuenta nos ofrece es la prueba fehaciente de que Casero ha dejado moderadamente atrás esa firma naíf y primitiva de sus primeras veces para dar un salto cualitativo con el que directamente aboga por mezclar su pop elegante con bases techno que nos animan a movernos de verdad -sin dejar, eso sí, de apretar los ojos mientras alguna lágrima se desliza por nuestras mejillas-. Una marca de agua en sus canciones con la que se desliga de esa manida etiqueta de bedroom pop y avanza en una dirección marcada a pachas junto al magnífico trabajo en la producción del artista valenciano Dani Belenguer, aka Bearoid, y que cohesiona a las mil maravillas con la dulzura melancólica de las letras de la artista, generando comuniones de amor y baile sensacionales, como las ofrecidas en ese acto de apertura que arranca de manera introspectiva, para terminar estallando entre ritmos de drum & bass (A Mí). Ésta no será una fórmula aislada en el LP, pues detectaremos en varias ocasiones la urgencia y el nervio de la artista por no anclarse al estándar de una simple canción de amor acústica y llevar la compungida mirada de su discurso a planos más agitados ("Te echo de menos y no te lo quiero decir", canta a dúo con Sofía Amores para la intensa No Te Lo Quiero Decir).

No obstante, lo que hace que el universo de Casero se salga de los moldes y no se quede en un mero cancionero de desamor al uso es la habilidad de su artífice para plantear paisajes cercanos al oyente, marcados por una naturalidad usual y costumbrista, y por esa sencillez con la que Gabriela nos habla de tú a tú ("Desde que estoy a tu alrededor, mi vida es claramente peor", canta en Llego Contenta), haciendo imposible que no conectemos con sus diatribas y sus personalísimas reflexiones ("No tengo ganas infinitas ni tengo fuerzas para tantas tonterías, pero tengo amigos que me animan a pasar de ti", declara con fortaleza en Yo Me Quedo Aquí). Si a esa liberadora prosa en la que no se calla ni una ("Mándame a la mierda si quieres hacerlo, puede que me rompas el corazón, puede que me dé igual, puede que te escriba otra canción" canta en la ácida Mareítos) le sumamos el valor narrativo con el que la cantautora procesa y presenta las diferentes subcapas de un corazón roto (evolucionando por pasajes en los que germina el dolor, como Qué Has Hecho, hasta llegar al tímido valor empoderador de Una Vez), tenemos un relato sólido, quizás no apto para cualquier día de bajón, pero sí para recordarnos cómo salir de ellos.

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Crítica: Gilla Band - Most Normal

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Gilla Band - Most Normal (2022)

Redacción: Sergio Abreu

Música apocalíptica para tiempos apocalípticos y una nueva alegría proveniente de Irlanda. Gilla Band son de esas bandas que pone las cartas hacia arriba en todo momento. Desde sus inicios son claros embajadores de inclinarse por hacer música a base de un ruido angular y disonante, y el lirismo abstracto y los flujos de conciencia maniaca ya habían sido bien establecidos en su álbum de debut Holding Hands With Jamie. Ahora, vuelven con Most Normal, el tercer LP que edita la banda irlandesa, además de también ser lo primero que publican bajo su nuevo nombre (antes conocidos como Girl Band). Estilísticamente, vuelven con el mismo sonido agresivo y amenazador de siempre, desprendiendo una actitud aplastante y despreocupada que se contagia a través de los doce cortes que conforman la obra. Es fácil ver el ADN de agrupaciones como Suicide o The Fall en la idiosincrasia del grupo, pero no pienses ni por un segundo que esto los hará parecer predecibles. Los tonos de guitarra son oscuros y difusos, y la tónica general del álbum es industrial y abrasiva. Most Normal son Gilla Band mostrándonos una de sus ofertas más accesiblemente caóticas hasta la fecha.

La ansiedad marca una pauta descontrolada tras un zumbido de apertura que fácilmente se podría confundir con los sonidos de ambiente de una fábrica de metalurgia. The Gum ve como la banda se transforma tras unos tropos electrónicos que plantan su bandera en un abarrotado paraje de post-punk. El impulso demoníaco se apodera de canciones como Eight Fivers o Backwash, y a su vez Bin Liner Fashion se muestra con dientes de acero, al descubierto y arrojando altas dosis de tonos industriales incomodos en el ambiente. Es en The Weirds donde los elementos industriales brindan un verdadero servicio a la causa, contribuyendo con éxito a una sensación de melancolía palpante. Almost Soon juega un papel sólido en la atmósfera incómoda por la que levita él álbum y ahonda aún más en sus sonidos, con algunas de las baterías más concisas de todo el álbum, llegando a crear una tensión considerable. Post Ryan es la encargada de concluir el LP con sonidos paranoicos, cuerdas distorsionadas y una lírica opacada a base de temas como la depresión nerviosa.

Gilla Band rinde una presencia inquietante y un espíritu punk inquieto, que también es frívolo y oprimido. Los de Dublin son combustible para una liquidación visceral y una liberación para el descontento en masa. El álbum se siente crudo y cauterizado cuando se mueve por un ámbito de canciones alborotadas e incendiarias, y la banda aprovecha al máximo todo lo que deja por su camino. Sus letras se vuelven críticas, a menudo están cuidadosamente superpuestas para que los oyentes puedan interpretarlas de múltiples maneras. Queda claro que Most Normal nos muestra una banda segura de su propia identidad. así que vamos a darle una oportunidad a Gilla Band porque ellos están tratando de comunicarse con nosotros.

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Crítica: Little Simz - NO THANK YOU

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Little Simz - NO THANK YOU

Aprovechar el tirón mientras dure no es una mala estrategia, pero si una cosa nos quedó clara con la entrega del espectacular Sometimes I Might Be Introvert (AWAL, 2021) es que la validez de Simbiatu Ajikawo, aka Little Simz, no es una moda pasajera. Su nombre con letras de neón en la última entrega de los Premios Mercury puede significar el reconocimiento a una racha impecable, pero el peso de la carrera de esta artista londinense de origen nigeriano no parece entender de epílogos ni de cambios de ciclo.

Tal vez NO THANK YOU (AWAL, 2022) no posea esa envergadura soberbia ni esas sofisticadas estructuras que su antecesor exhibía con sobrecogedor efecto, pero es precisamente en ese sonido casi naíf y cómodo donde la rapera británica parece volver a sentirse como en casa, trazando las líneas de un quinto álbum de estudio que nos llega casi por sorpresa y cuando el año estaba ya apurando sus últimos días. A juzgar por esa prioridad exquisita que la buena de Simbi le otorga a las letras en favor de las bases, parecía que a la mencionada artista le quedaban muchas cosas por contarnos, tal y como revela esa habilidad única para relatar historias empoderadoras y lanzar barras cargadas de intención y bala. Sin expectativas, ni pretensiones, ni bombo, ni platillo, NO THANK YOU es un grito personal, una colección de inconformidades enquistadas que no han aguantado más tiempo en el interior de la cantante y que ahora se proyectan con la particular intención de quien quiere sacarse de dentro una espina clavada. Es por ello que, lejos de ser un álbum tapado o de transición, NO THANK YOU oculta tras sus diez cortes más de una revelación que lo convierten en un clamor de guerra de lo más relevante en la ya de por sí excelsa trayectoria de la rapera.

Directo y al pie, el álbum arranca con una genial Angel, que nos engatusa con esos arreglos de RnB de principios de los dos miles (bendito sea el trabajo de Dean Josiah Cover, aka Inflo, en la producción) para acabar revelándonos tras sus bases lo que es todo un alegato contra la industria y la indefensión del artista explotado en favor de los beneficios de la misma: "Unfortunately, honesty isn't normalised, had to get my shit together and get organised" canta la rapera, apelando a ese ritmo desnaturalizado y devastador de manufactura que han marcado tristemente la profesión del artista en la actualidad. Por si esta ácida diatriba no fuera suficiente para coronarse, una fanfarria de lujo abre con expectativa y aplomo su segundo corte, Gorilla, una simpática reflexión de cómo la fama llegó a su vida, poniendo ésta patas arriba ("Big Simma dipping ten toes in the ice-cold river, bank got bigger"). El áspero conjunto de revelaciones, improntas y confesiones que Simz empaqueta en este trabajo se ve a su vez suavizado por la puntual voz de Cleo Sol que hace su particular aparición en diversos cortes a lo largo del álbum, dotando de cierta ligereza y dulzura pistas como Silhoutte, donde las intensas deliberaciones sobre la inseguridad del artista se ven complementadas por esa relación divina con la que la rapera ve su espíritu henchido y fortalecido ("Yeah, used to have a bond and now I see you as no friend of mine
Couldn't see it at the time, God was showin' many signs
"). Una pureza pasmosa y abrumadora que explorará más a fondo en otros temas, como X ("You wanna give us the Bible, and have us give up the land"), o Broken (donde directamente, nos sumerge en una mágica corriente a golpe de coros de góspel que nos harán levitar).

Ha venido para no callarse y su irrefrenable temperamento volcado en este personalísimo trabajo es unaa prueba de ello. Imposible de poner diques de contención a su alrededor, Simbi es capaz de erizarnos la piel con temas como Heart on Fire ("New world order, 'cause life as we know it's dying") o sentar cátedra como mujer negra en la industria en No Merci ("Bet you wanna see a Black woman get active"), dejándonos tan solo como meros espectadores de su maravillosa habilidad para expresar lo que su posición le exige.

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